En el Día Mundial de la Salud Mental, los datos confirman lo que se percibe en las calles, en el Metro de Santiago y en las salas de espera: el país atraviesa un agotamiento emocional profundo. Suicidios en aumento, licencias médicas colapsadas y una región —Antofagasta— que clama por ayuda. Entre campañas y protocolos, la gran pregunta sigue abierta: ¿estamos mejorando o sólo aprendimos a hablar del problema?
Un clima emocional fatigado
El 10 de octubre no es un día cualquiera. Desde hace tres años, el Día Mundial de la Salud Mental se conmemora en Chile con actos, charlas, y campañas institucionales que invitan a “hablar del tema”. Pero detrás de los lemas, el malestar crece y se hace visible.
El Termómetro de Salud Mental ACHS–UC (2025) reveló que un 13% de los chilenos presenta síntomas moderados o severos de depresión, la tasa más alta desde la pandemia. Entre mujeres, el índice sube a 19,5%, casi el triple que entre hombres (6%). A la par, una de cada cinco personas declara sentirse sola o sin redes de apoyo, y los especialistas alertan una epidemia silenciosa de ansiedad y agotamiento emocional.
En la Región Metropolitana, la crisis se vuelve literal: el aumento de suicidios en el Metro de Santiago obligó a redoblar protocolos y a lanzar la campaña #Quédate, impulsada por el Gobierno de Santiago y Metro S.A., con mensajes de prevención y líneas de ayuda en cada estación. Los episodios traumáticos no sólo afectan a los pasajeros; también dejan secuelas psicológicas en conductores y personal de turno. “Es el reflejo de un país enfermo de estrés, soledad y desesperanza aprendida”, explica el psicólogo clínico Ricardo Pizarro, especialista en trauma urbano.
¿Qué dicen los números? (y qué no)
Según el Ministerio de Salud, el suicidio se ubica hoy entre las principales causas de muerte en personas de 15 a 49 años, con una tasa estimada de 11,1 por cada 100 mil habitantes.
Los casos de trastornos depresivos superan los 700 mil diagnósticos anuales, y las licencias por causas psiquiátricas representan el 37% de todas las tramitadas en COMPIN, según un informe de la Superintendencia de Salud (2024).
Mientras tanto, el gasto en salud mental apenas alcanza el 2,3% del presupuesto sanitario nacional, lejos del 5% recomendado por la OMS. Las listas de espera para atención psiquiátrica en el sistema público bordean los 95 mil casos, y más del 60% de los consultorios no cuenta con psicólogo de jornada completa.
“Chile tiene leyes modernas y diagnósticos claros, pero carece de capacidad operativa”, reconoce un funcionario de DIPRECE. “Estamos atrapados en una paradoja: hemos aprendido a medir el sufrimiento, pero no a contenerlo”.
De Santiago al norte: la desertificación del alma
En Antofagasta, las estadísticas son aún más duras:
Entre enero y septiembre de 2024 se registraron 32 suicidios confirmados, según el Servicio Médico Legal, la cifra más alta de la última década. La depresión encabeza las atenciones de salud mental en la red pública, con más de 4.000 consultas solo en el primer semestre, y los hospitales regionales funcionan al límite.
El 37% de las licencias médicas en la región corresponde a patologías mentales —principalmente depresión y crisis de ansiedad—, y las autoridades han debido implementar un protocolo de respuesta escolar tras varios intentos de suicidio y amenazas en colegios y universidades.
A eso se suma la presión social que no figura en los reportes: largas jornadas laborales, faenas mineras de 12 horas, familias fragmentadas por los turnos 7×7 y un costo de vida que multiplica el estrés. “El desierto no sólo es geográfico”, dice la psicóloga comunitaria Marcela Rojas, del Cesfam Norte de Antofagasta. “También es emocional. Aquí la gente se traga lo que siente. El silencio es una forma de sobrevivir”.
La juventud al límite
El malestar también golpea a los más jóvenes:
La encuesta INJUV 2025 muestra que un 19% de los jóvenes de Antofagasta recibe tratamiento psicológico o farmacológico, mientras un 46% declara sentirse deprimido o angustiado durante el último año.
En marzo, un intento de tiroteo en la Universidad Católica del Norte reabrió la conversación sobre salud mental juvenil y protocolos de contención, tras detectarse múltiples alertas previas ignoradas por la institución.
Los docentes piden herramientas. El nuevo protocolo escolar de salud mental, lanzado por la Seremi de Educación, busca fortalecer el trabajo con estudiantes en riesgo y promover talleres de autocuidado y prevención de suicidio. “Tenemos que actuar antes, no después de la tragedia”, declaró la seremi Camila Cortés, al presentar la iniciativa.
Lo que el Estado promete (y lo que la gente siente)
En abril de 2024, el Ministerio de Salud publicó el plan “Construyendo Salud Mental 2024–2030”, con ejes en educación emocional, primera ayuda psicológica y descentralización de servicios. El documento marca un hito: por primera vez se instala la salud mental como política de Estado transversal. Sin embargo, su ejecución enfrenta obstáculos: falta de especialistas, inequidad territorial y débil inversión.
El diputado Sebastián Videla solicitó este año una alerta sanitaria por crisis de salud mental en la Región de Antofagasta, luego de los reiterados casos de suicidios y colapso de servicios. “Estamos hablando de una emergencia invisible”, advirtió.
La paradoja es evidente: el país que lideró la vacunación en pandemia aún no logra garantizar una atención psicológica básica para su población.
El espejo de lo cotidiano
Más allá de los informes, las historias de vida revelan el verdadero estado del sistema. En un consultorio del centro de Antofagasta, Carmen (52) espera su hora de psicología hace tres meses. “Cuando me llamaron, ya estaba un poco mejor”, dice con ironía. En Calama, Luis (34), trabajador minero, confiesa que duerme con pastillas: “El turno me mata. No veo a mis hijos y me siento vacío, pero uno no puede decir eso”.
Ambos testimonios resumen la brecha estructural: la salud mental no es sólo un problema médico, sino social y cultural.
El estigma persiste. Pedir ayuda sigue asociado a debilidad. Las licencias por estrés son miradas con sospecha. Y mientras tanto, Chile lidera —junto a Uruguay— el ranking de mayor consumo de antidepresivos de Sudamérica, según la OPS.
¿Avanzamos o retrocedemos?
La respuesta es compleja. Chile avanza en diagnóstico, legislación y conversación pública, pero retrocede en cobertura, equidad y recursos humanos.
La Estrategia 2024–2030 define un horizonte prometedor, pero su éxito dependerá de presupuesto real y descentralización efectiva.
“Hablar de salud mental sin reforzar la atención primaria es como poner una curita sobre una fractura”, resume el psiquiatra Patricio Mena.
El país aprendió a decir “no estoy bien”, pero aún no tiene dónde ni con quién decirlo.
El norte como síntoma
En la Región de Antofagasta, el 80% de la población declara haber sufrido algún problema de salud mental en el último año.
No es coincidencia que desde allí haya surgido una de las voces más urgentes: la de comunidades y profesionales que reclaman una mirada territorial.
Si no llevamos psicólogos al desierto, el desierto seguirá tragándose a nuestra gente.
En palabras del psiquiatra Luis Santander, del Hospital Regional de Antofagasta:
“El desierto no mata sólo por falta de agua. También por falta de escucha”.
Del lema a la acción
Chile está en terapia. El diagnóstico es conocido, las recetas están escritas, pero el tratamiento no se completa.
El desafío es triple: más recursos, más acceso y más empatía.
Hablar es necesario, pero no suficiente.
La salud mental debe dejar de ser un tema de conmemoración para convertirse en un eje estructural del país.
El próximo Día Mundial de la Salud Mental no puede pillarnos en la misma sala de espera.
📞 Líneas de apoyo y recursos
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Fono Salud Responde Minsal: 4141 (atención gratuita y confidencial 24/7)
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Fundación Todo Mejora: orientación juvenil en salud mental y prevención del suicidio
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Línea 600 360 7777 (Senda): atención y acompañamiento en crisis por consumo de alcohol y drogas
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Programa Construyendo Salud Mental (Minsal): diprece.minsal.cl
