Desde la costa árida de Taltal, la banda nortina Kamanchaka ha forjado una identidad sonora que transpira sinceridad, crudeza y desahogo. Conversamos en profundidad con Jorge Aguilera, fundador, guitarrista y alma creativa del proyecto, quien repasa los orígenes del grupo, la herencia del desierto, la densidad emocional de sus canciones y los preparativos de su próximo show en Marea Alta, donde prometen “una experiencia sonora intensa, honesta y sin concesiones”.

Vista general de la Iglesia San Francisco Javier durante la misa de Oración por Chile en Taltal.

Oscura. Cruda. Densa. Así define Jorge Aguilera la esencia de Kamanchaka, banda nacida entre Arica y Taltal que hoy carga sobre sus hombros el estandarte del stoner rock nortino. Su música es un espejo del paisaje: un reflejo de la soledad, el polvo, la introspección y la fuerza que habita en los rincones más ásperos del país. En su sonido hay riffs que pesan como el desierto, voces que sangran verdades y silencios que parecen hablar de las montañas y el mar que rodean a Taltal.


Entre la bruma y la catarsis

Kamanchaka no es una banda que busca discursos. Es un acto de supervivencia emocional. Aguilera lo deja claro desde el principio:

“No buscamos transmitir nada en particular, solo desahogar lo que llevamos dentro. Si alguien se siente identificado, genial. Pero esto nace desde lo más visceral”, explica.

El nombre, dice, nació en la carretera.

“Vivía en Arica y trabajaba en Taltal. En esos viajes, la camanchaca me acompañaba siempre. Esa neblina, esa presencia silenciosa entre el desierto y el mar… todo hizo sentido. Era exactamente eso: algo que aparece, te envuelve y luego desaparece, pero deja huella”.

La metáfora es perfecta: Kamanchaka como el manto que cubre las heridas y las revela al mismo tiempo.


De Border a Kamanchaka: el renacer tras el silencio

Antes de Kamanchaka hubo Border, una banda de tributo al grunge noventero. Aguilera y sus amigos tocaban canciones de Alice in Chains, Soundgarden y Pearl Jam, hasta que el 2019 marcó un punto de inflexión.

“Border terminó ese año. Y con la pandemia vino el encierro, la introspección. Sentí que tenía que crear algo propio, más honesto, que naciera de mis emociones. Así empezaron las primeras maquetas, canciones que no se parecían a nada de lo anterior. Tenían otra identidad, más desértica, más profunda”.

Durante 2020 reclutó nuevos músicos, entre ellos el vocalista original de Border, y aunque la pandemia puso todo en pausa, el proyecto sobrevivió al aislamiento.

“Fue un proceso de depuración. En 2022 nos reencontramos con los viejos amigos y el sonido encajó. La química estaba ahí. Era como si el desierto nos hubiera estado esperando”.


“Reencarnación”: el peso del encierro

El EP debut “Reencarnación” (2023) es un viaje de introspección, una obra que suena como un desierto eléctrico: riffs graves, atmósferas pesadas y letras que miran hacia dentro.

“Reencarnación fue un proceso largo y solitario. Habla de cosas más profundas, con riffs más oscuros. Es el resultado del encierro, de no tener escape y estar alejado del mundo. En esas condiciones la cabeza se llena de ruido, y ese ruido se transformó en canciones”, relata Aguilera.

El proceso creativo también fue un aprendizaje técnico.

“Tuve que estudiar mucho para lograr el sonido que tenía en mente. Mis compañeros de ese tiempo sabían harto, especialmente el Lalo, un crack con los pedales. Me enseñó mucho de lo que sé hoy”.

Canciones como “Juzgado”, “Odio y Destrucción” o “Caer” condensan esa búsqueda de equilibrio entre catarsis y calma, entre el caos interno y el sonido hipnótico de la distorsión.


“Banal”: el golpe directo

Dos años después, Kamanchaka volvió con “Banal” (2025), un EP más breve, más directo, pero igual de denso, con una formación totalmente taltalina: con Johnny Fuentes en la guitarra rítmica, Bastián Olivares en el bajo y Aaron Falero en batería, incluyendo además el apoyo sonoro de Esteban Contreras en los arreglos, principalmente en las maquetas de aquel trabajo.

“Banal tiene otro espíritu. Es más al choque, sin tanta vuelta. Nos dejamos llevar por la psicodelia y el hard rock, y cada integrante aportó su sello. No suena igual al primero, y eso me gusta: significa que estamos vivos, en movimiento”.

Las nuevas canciones se sienten más viscerales, menos contenidas. Si “Reencarnación” era una introspección, “Banal” es una exhalación.

“Este disco tiene hambre, rabia y libertad. Es más terrenal, más sucio, pero también más humano”.


El sonido del norte

Hablar con Aguilera es escuchar a alguien que entiende el desierto como un lenguaje. El norte chileno, dice, tiene una identidad sonora que el país aún no termina de reconocer.

“El stoner y el desert rock son géneros que deberían florecer acá. Tenemos el paisaje, la energía, el contexto. Pero Chile es un país centralizado: todo pasa en Santiago. Aun así, hay bandas notables como Yajaira, Hielo Negro o Demonauta, que han mantenido viva la llama. En el norte somos pocos, pero estamos marcando territorio”.

Entre sus influencias menciona una lista que va desde Black Sabbath, Graveyard, Kyuss y Rival Sons, hasta los nacionales Bonzo (de Omar Acosta) y Rey Puesto.

“No sé si nos influyen directamente, pero admiro su manera de construir climas, de hacer sentir el peso de una nota. Esa honestidad es lo que busco”.


Paisajes interiores

Las letras de Kamanchaka están impregnadas de existencialismo. No son canciones fáciles: hablan de frustraciones, silencios y dolores que rara vez se nombran.

“Básicamente son vivencias, cosas que uno no puede decir y termina escribiendo. A veces son frustraciones, otras veces memorias. Me inspira el norte: el cerro, el mar, la soledad. Todo eso se traduce en las canciones”.

Aguilera se define como “patiperro” y reconoce que la carretera, el polvo y la rutina de los viajes fueron moldeando su forma de entender la música.

“El desierto tiene un ritmo propio. Si lo escuchas, te cambia. Aprendes a hacer silencio, y cuando vuelves al ruido, ese silencio queda dentro”.


El regreso al escenario

Tras un año de trabajo en estudio, Kamanchaka volverá a los escenarios con una tocata el 29 de noviembre en el retaurant Marea Alta (Taltal).
Un punto de encuentro para las generaciones de los ochenta y noventa, especialmente por sus tradicionales malones.

“Solo puedo adelantar que habrá material nuevo. Estamos preparando una experiencia sonora, no solo un concierto. Agradecemos a Marea Alta por abrirnos el espacio, porque en Taltal no hay muchos lugares para tocar. Vamos a devolver esa confianza con todo”.

El sonido de Kamanchaka, dice Aguilera, ha crecido no solo en potencia sino en propósito:

“Hoy tenemos más claridad de lo que queremos hacer. No nos interesa competir ni encajar. Lo nuestro es tocar, sentir y seguir construyendo desde el desierto”.


Lo que viene

El futuro de Kamanchaka está en marcha. La banda ya trabaja en nuevos temas, prepara videoclips y planea una eventual gira por el norte.

“Somos ambiciosos, pero pacientes. Hay material nuevo, ideas de colaboraciones y muchas ganas de movernos. Todo a su tiempo, pero con hambre. Mucha hambre”.

Detrás de esa calma de tono y mirada cansada, Aguilera suelta una frase que resume todo:

“Kamanchaka no es solo una banda, es una forma de resistir”.

El ruido del silencio

Escuchar a Kamanchaka es enfrentarse a una pared de sonido que respira polvo y melancolía. Es mirar el horizonte de Taltal y entender que ahí, entre la arena y el viento, también se gesta arte.
El rock nortino existe, y Kamanchaka es su eco.