La candidata comunista de Unidad por Chile se impuso en primera vuelta con el 26,8% de los votos frente al republicano, que obtuvo un 24%. Sin embargo, la suma de las tres candidaturas de derecha y del populista Franco Parisi supera con holgura el 50% del electorado y perfila un balotaje cuesta arriba para el oficialismo. El 14 de diciembre, Chile volverá a elegir entre dos proyectos de país ideológicamente enfrentados.
Un país partido en dos: resultados y mapa político de la primera vuelta
Con el 97,19% de las mesas escrutadas, el Servicio Electoral confirmó que Jeannette Jara (PC) llegó en primer lugar con 26,82% (3.378.992 votos), seguida muy de cerca por el líder republicano José Antonio Kast, que obtuvo 23,97% (3.019.359 votos). Ambos se enfrentarán en la segunda vuelta presidencial del domingo 14 de diciembre, en una elección que desde ya se lee como un plebiscito entre dos modelos de sociedad.
El resto del tablero quedó así:
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Franco Parisi (PDG): 19,63% – 2.473.352 votos
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Johannes Kaiser (PNL): 13,93% – 1.754.358 votos
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Evelyn Matthei (UDI): 12,53% – 1.577.824 votos
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Harold Mayne-Nicholls (IND): 1,26% – 159.024 votos
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Marco Enríquez-Ominami (IND): 1,19% – 150.327 votos
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Eduardo Artés (IND): 0,66% – 83.718 votos
La conclusión inmediata que extraen analistas y comandos es aritmética, pero demoledora: las tres candidaturas de derecha (Kast, Kaiser y Matthei) suman 50,43%, y si se añade el casi 20% de Parisi, el universo opositor al gobierno de Gabriel Boric supera con holgura los 70 puntos porcentuales. Jara gana la primera vuelta, pero arriba a la segunda en una posición objetivamente delicada.
El propio Presidente Boric salió a reconocer ese escenario. Desde La Moneda felicitó a ambas candidaturas y subrayó que Chile mantiene una “democracia robusta”, al tiempo que llamó a que prime el diálogo y el respeto por sobre las diferencias en las semanas que vienen. Pero la foto política del domingo deja claro que el país llega al balotaje más polarizado que en 2021 y con un electorado mayoritariamente inclinado hacia opciones de derecha o abiertamente anti-establishment.
Jara, una comunista moderada que no logra romper el techo del 30%
La exministra del Trabajo, Jeannette Jara, era la carta natural del oficialismo para intentar prolongar la presencia de la izquierda en La Moneda. Ganó con holgura las primarias del bloque en junio, imponiéndose con un 60% sobre la socialdemócrata Carolina Tohá, y llevó al Partido Comunista a una posición inédita desde 1990: ser la fuerza detrás de una candidatura presidencial realmente competitiva.
Su campaña combinó dos ejes:
1.Un relato de origen popular – “no vengo de la élite, vengo del Chile que se levanta temprano”, repitió– que conectó con sectores de clase media y trabajadora.
2, Un sello de gestión y pragmatismo, construido en su paso por el Ministerio del Trabajo con reformas como las 40 horas, el alza del salario mínimo y la tentativa reforma de pensiones, donde cedió en el fin de las AFP para destrabar acuerdos.
Sin embargo, esos atributos no bastaron para romper el techo simbólico del 30%. Jara quedó por debajo de las proyecciones de la mayoría de las encuestas y también por debajo de la aprobación basal con la que ha navegado el gobierno de Boric durante gran parte de su mandato. Para muchos en su propio comando, se trata de una señal de alerta: el discurso de continuidad y el peso de la sigla comunista parecen haber espantado a parte del electorado moderado que la izquierda necesita para ganar en segunda vuelta.
Consciente de esa carga, Jara ha intentado marcar distancia del PC sin renegar de su historia. Ha insistido en que no está “subordinada” al partido, ha hablado de un proyecto amplio de centroizquierda e incluso endureció su lenguaje frente a regímenes como el de Nicolás Maduro y Cuba, a los que en distintas ocasiones ha dejado de considerar democracias plenas. Además, ha adelantado que, de llegar a la presidencia, suspendería o renunciaría a su militancia comunista para gobernar por sobre los partidos.
En la noche electoral, sin embargo, el ajuste de tono fue menos institucional y más emocional. Desde el centro de Santiago lanzó una frase que rápidamente se volvió titular: “No dejen que el miedo congele sus corazones”, en directa alusión a Kast. Acusó a la derecha de proponer “soluciones imaginarias” en seguridad y de buscar refugio “detrás de vidrios blindados”, en referencia al incremento de las medidas de seguridad del republicano. Su desafío hacia el balotaje será doble: contener el avance del temor que instala Kast y, al mismo tiempo, convencer a una centroizquierda escéptica de un gobierno encabezado por una carta comunista.
Kast, el ultraderechista que se modera en el discurso, pero no en las convicciones
Del otro lado, José Antonio Kast arriba por tercera vez al balotaje con un libreto conocido, pero envuelto en un frasco distinto. El líder del Partido Republicano, abogado de 59 años, vuelve a instalarse como la cara visible de una derecha que abarca desde el conservadurismo clásico hasta espacios abiertamente ultraliberales y nativistas.
En 2017 y 2021 construyó su identidad sobre ejes claros: defensa del legado de la dictadura de Augusto Pinochet, oposición frontal a la agenda de derechos de mujeres y diversidades sexuales, mano dura sin matices en seguridad y migración. Esta vez, en cambio, ha optado por silenciar sus posiciones más impopulares en libertades individuales y concentrar su mensaje en una trilogía que resuena con fuerza en la opinión pública: delincuencia, control migratorio y crecimiento económico.
Su discurso la noche del domingo fue una síntesis de esa estrategia. Frente a sus adherentes afirmó que “Chile sí despertó”, disputando el lema del estallido social de 2019, y definió el balotaje del 14 de diciembre como “un plebiscito entre dos modelos de sociedad”: uno, según él, asociado al “estancamiento, la violencia y el odio” bajo el actual gobierno de izquierda; el otro, el suyo, como la promesa de “orden y esperanza”.
En términos de alianzas, Kast llega mejor posicionado que en 2021. Esa vez, debió construir puentes apresurados con la derecha tradicional tras superar con holgura al candidato de Chile Vamos. Hoy, luego de una elección que funcionó como primaria ampliada de las derechas, el republicano ya tiene amarrados los respaldos de:
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Johannes Kaiser, el libertario que quedó cuarto con casi 14% y que de inmediato llamó a votar por Kast.
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Evelyn Matthei, la abanderada de la UDI y de Chile Vamos, que reconoció la derrota y se trasladó personalmente a su comando a felicitarlo y a pedir unidad.
La derecha entra así a la segunda vuelta con un piso teórico cercano al 51%, sin considerar aún qué rumbo tomará el casi 20% de Parisi. Los matices entre las tres derechas –tradicional, republicana y libertaria– se trasladarán a una negociación programática intensa: reducción del tamaño del Estado, baja de impuestos, eliminación de contribuciones y eventuales intentos por restringir derechos ya consagrados en materia de aborto, género o diversidad, estarán en el centro de las conversaciones.
El interrogante mayor es cuánto Kast está dispuesto a ceder en su imagen de “derecha responsable e institucional” para satisfacer a un electorado ultra movilizado, sin ahuyentar al votante moderado que necesita para ganar.
El factor Parisi: de “candidato fantasma” a gran elector de 2025
Si hay un nombre que trastocó todos los cálculos, es el de Franco Parisi. El economista y líder del Partido de la Gente (PDG) volvió a ubicarse en el tercer lugar, pero esta vez con su mejor resultado histórico: 19,63% de los votos, casi el doble de lo que obtenía en algunos sondeos previos a la veda de encuestas.
Su discurso volvió a ser el de siempre: antipolítica, antiélite y anticlivaje tradicional izquierda-derecha. Con el lema “Chile no es ni facho ni comunacho”, Parisi logró capturar un voto masculino, de clase media y media baja, muy concentrado en regiones y particularmente fuerte en el norte del país (Tarapacá, Antofagasta, Atacama, Coquimbo), territorios donde superó tanto a Jara como a Kast.
El candidato, que hace cuatro años fue apodado “el telecandidato” por hacer campaña sin venir al país, redobló esta vez su estilo populista: prometió sacar militares a la calle, “bala o cárcel” para los delincuentes, operaciones comando en La Araucanía y la devolución del IVA en medicamentos y otros bienes básicos. También tuvo espacio para cargar contra las encuestadoras y comentaristas, a quienes acusó de “terroristas” por subestimarlo.
Pero, más allá del tono, lo central es que Parisi se ha negado a respaldar a alguno de los finalistas. “No firmo cheques en blanco a nadie, gánense los votos”, advirtió. Y puso condiciones políticas: cuestionó los cantos contra Carabineros en actos de Jara, criticó las apelaciones simbólicas a Allende y a Pinochet, y pidió que ninguno de los dos bloques siga tensionando la memoria histórica como eje de campaña.
Para Jara y Kast, el electorado del PDG representa un botín tan jugoso como esquivo: se trata de un votante poco ideologizado, desconfiado de la política, que se informa más por redes sociales que por medios tradicionales y que no necesariamente se traslada en bloque. La gran duda es cuántos de esos sufragios se quedarán en la abstención, pese al voto obligatorio, y cuántos se inclinarán finalmente por la izquierda o la derecha en la urna.
Congreso fragmentado y derechas con ventaja: el tablero que espera al próximo gobierno
En paralelo a la presidencial, Chile renovó buena parte de su Congreso Nacional, configurando el mapa político con el que deberá gobernar quien gane el 14 de diciembre.
En el Senado, las derechas y el centro-derecha consolidaron una correlación de fuerzas pareja con la izquierda:
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Unidad por Chile (oficialismo de izquierda) queda con 19 senadores.
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Chile Grande y Unido (derecha tradicional) también logra 19 escaños.
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Cambio por Chile (bloque de ultraderecha y republicanos) alcanza 7.
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Verdes, regionalistas y humanistas suman 3.
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Se agregan, además, 2 independientes fuera de pacto.
En la Cámara de Diputados el panorama es aún más fragmentado, pero con crecimiento de los sectores más duros:
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Cambio por Chile (Republicanos, Nacional Libertario y Social Cristiano) suma en los primeros cómputos más de 40 diputados.
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Chile Grande y Unido bordea la treintena larga de escaños.
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Unidad por Chile supera los 60 diputados, pero sin alcanzar mayoría propia.
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El PDG sorprende con un avance significativo, ubicándose cerca de los 11 escaños.
Este Congreso anticipa un escenario de negociación permanente, donde ninguna fuerza podrá gobernar sin acuerdos amplios. Para Kast, de ganar, el riesgo es que su propia coalición lo empuje a una agenda de choque –especialmente en materias valóricas– que complique la gobernabilidad. Para Jara, el desafío sería aún mayor: sostener una agenda progresista con una derecha empoderada, un PC que no siempre es proclive a las concesiones y un PDG volátil, con un líder acostumbrado a capitalizar el malestar más que a construir acuerdos estables.
Lo que se juega el 14 de diciembre
La segunda vuelta en Chile no será solo la disputa entre dos figuras –una comunista moderada y un ultraderechista que ha suavizado su discurso– sino un nuevo capítulo en la larga discusión sobre el rumbo del país tras el estallido de 2019, el fracaso del doble proceso constituyente y un ciclo económico y de seguridad marcado por la incertidumbre.
Para Jeannette Jara, el camino pasa por:
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Confirmar que puede hablarle a la clase media endeudada y a las regiones sin asustar al centro;
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Profundizar los guiños a las propuestas de Matthei, Parisi y otros candidatos, sin diluir su identidad;
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Y despejar, con hechos y gestos concretos, el temor de quienes todavía miran con recelo la idea de una presidenta comunista.
Para José Antonio Kast, en tanto, la prueba será mostrar que su promesa de “orden” no se traduce en un retroceso democrático ni en una erosión lenta de derechos y contrapesos institucionales, al tiempo que mantiene unida a una derecha donde conviven tradiciones liberales, conservadoras y libertarias que no siempre marchan al mismo ritmo.
Entremedio, un actor silencioso pero determinante: los millones de chilenos y chilenas que acudieron a votar por obligación legal, muchos de los cuales no se sienten representados ni por la izquierda institucional ni por la derecha tradicional, y que encontraron en Parisi, o en la abstención previa, una forma de protesta.
Será a ellos –al votante que no se define por etiquetas, que desconfía de todos y que pide resultados concretos en seguridad, empleo y costo de la vida– a quienes Jara y Kast deberán convencer en menos de un mes. Porque, como quedó claro la noche del 16 de noviembre, el próximo gobierno no solo necesitará ganar en las urnas: tendrá que gobernar un país cansado, polarizado y profundamente exigente con su democracia.
