Ocho candidatos protagonizaron el último encuentro televisado antes de los comicios del 16 de noviembre. Seguridad, costo de la vida, pensiones y gobernabilidad dominaron el intercambio, en un formato marcado por la tensión, los mensajes al votante indeciso y la sombra del voto obligatorio.

Los ocho candidatos presidenciales posan en el set del Debate Anatel 2025, en los estudios de TVN, durante el último encuentro televisivo antes de las elecciones del 16 de noviembre.

SANTIAGO — martes, 09 de diciembre de 2025. En poco más de dos horas, el debate organizado por Anatel condensó el clima de una campaña polarizada: Jeannette Jara, candidata de Unidad por Chile, buscó exhibir experiencia de gestión y continuidad con énfasis en seguridad social, mientras José Antonio Kast, abanderado del Partido Republicano, apostó por la narrativa del orden, la mano dura y un giro drástico frente al actual gobierno. Entre ambos se instaló el episodio que terminaría marcando la noche: la cifra falsa de “un millón 200 mil asesinatos” atribuida por Kast a los últimos años, un error que rápidamente fue cuestionado por datos oficiales y que, al día siguiente, el propio candidato debió corregir.


Un debate áspero desde el arranque

El tono quedó fijado temprano. Desde las presentaciones iniciales, ambos aspirantes dejaron claro que no habría tregua. Kast enmarcó la contienda como un plebiscito sobre “seguir igual o cambiar de rumbo”, asociando a Jara con la continuidad del gobierno de Gabriel Boric y con lo que describió como “descontrol en seguridad y migración”.

Jara, en cambio, se esforzó por situar a Kast como una oferta de retroceso: subrayó su oposición a reformas sociales, su cercanía con la dictadura de Augusto Pinochet y su programa económico de fuerte recorte estatal. El eje implícito fue nítido: estabilidad versus riesgo, continuidad reformista versus giro conservador.

El formato —bloques temáticos, tiempos acotados y posibilidad de interpelaciones directas— favoreció los cruces. Lejos de un intercambio técnico, la discusión derivó rápido en acusaciones mutuas de improvisación, irresponsabilidad y falta de rigor con las cifras.


El resbalón de los “1,2 millones de asesinatos”

El momento más comentado de la noche se produjo en el bloque de seguridad. En medio de un intercambio sobre homicidios y delitos violentos, Kast afirmó que en los últimos cuatro años “un millón 200 mil chilenos han sido asesinados” o víctimas de homicidio, mezclando categorías estadísticas que, en ningún caso, respaldan esa magnitud.

La frase no solo es aritméticamente inverosímil —equivaldría a cerca de un 7% de la población del país—, sino que además choca con las series oficiales de homicidios consumados, muy inferiores a esa cifra. Inmediatamente, Jara lo emplazó por “usar el miedo sin respeto por los datos” y le reprochó “inventar números” para justificar un programa de seguridad basado en estados de excepción extendidos, militarización de fronteras y ampliación de atribuciones policiales.

El error se propagó con rapidez en redes, medios y paneles de análisis. Fact-checkers, especialistas en seguridad, programas de televisión y espacios de conversación política dedicaron largos segmentos a desmenuzar la frase, recordando que la discusión pública sobre delito ya venía tensionada por el uso selectivo de cifras y por la tentación de sobredimensionar la crisis.

Al día siguiente, Kast debió reconocer la equivocación y matizar que se había referido a “víctimas de delitos violentos” y no a asesinatos, intentando enmarcar el desliz como un lapsus en medio de la presión del debate. Pero el daño simbólico ya estaba hecho: el episodio reforzó la idea —instalada por su rival durante la noche— de un candidato dispuesto a forzar los datos para sostener su relato de emergencia permanente.


Seguridad: dos respuestas a un mismo miedo

Más allá del tropiezo, seguridad fue el corazón del debate. Allí quedaron expuestas las diferencias más nítidas.

Kast insistió en una receta de corte punitivista: endurecimiento de penas, ampliación de facultades para Carabineros, mayor despliegue militar en fronteras y barrios críticos, e incluso la posibilidad de estados de excepción de más largo aliento. A su juicio, Chile vive una “crisis sin precedentes” que justifica “medidas extraordinarias” para recuperar el control del territorio.

Jara optó por una respuesta más institucional: fortalecimiento del Ministerio Público, mejoras en la coordinación policial, inversión en investigación criminal y programas de prevención focalizados en jóvenes y barrios vulnerables. Recalcó que “la mano dura sin inteligencia es puro show” y vinculó la agenda de seguridad con políticas sociales, argumentando que la desigualdad y la precariedad laboral también alimentan el delito.

En varios pasajes, la candidata oficialista buscó contrastar “orden con Estado de derecho” frente a lo que describió como “una fantasía de mano dura sin sustento técnico”. Kast, por su parte, acusó al gobierno y a Jara de “minimizar el sufrimiento de las víctimas” y de no haber estado a la altura de la ola de crimen organizado.


Migración y frontera norte: el flanco de la improvisación

El segundo gran eje de confrontación fue la migración. Jara llegó preparada para golpear a Kast en lo que considera una de sus debilidades: la consistencia entre discurso y propuestas.

En uno de los cruces más duros, la candidata recordó que parte del aumento de ingresos irregulares por el norte se produjo durante gobiernos de derecha y acusó a Kast de “hablar de expulsiones masivas sin explicar cómo ni con qué tratados internacionales” se ejecutaría un plan de esa magnitud. Lo acusó, además, de “improvisar” al prometer soluciones rápidas a un fenómeno que combina crisis humanitaria, redes de tráfico de personas y crimen organizado.

Kast respondió recurriendo a imágenes de descontrol en ciudades como Arica, Iquique y Antofagasta, y defendió la idea de cerrar pasos no habilitados con apoyo militar, agilizar expulsiones administrativas y restringir aún más la regularización de quienes ingresaron sin documentos. Volvió, una y otra vez, a la consigna de “recuperar la frontera” como símbolo de orden y soberanía.

Este apartado del debate dejó una impresión ambivalente. Mientras los partidarios de Kast valoraron su claridad y firmeza retórica, buena parte de los análisis posteriores subrayaron la falta de detalle operativo de sus propuestas y la dificultad real de ejecutar masivamente expulsiones en un contexto de limitaciones diplomáticas y logísticas.


Economía, pensiones y modelo de desarrollo

Menos estridente, pero igual de relevante, fue el bloque económico. Jara defendió la continuidad de una agenda de reformas graduales, con énfasis en pensiones, salario mínimo y protección social. Recordó su rol como ministra del Trabajo, presentó cifras de empleo formal y propuso consolidar un sistema previsional mixto, con un componente de seguridad social más robusto y mecanismos de solidaridad intergeneracional.

Kast, en cambio, planteó un giro pro mercado: rebaja de impuestos para incentivar la inversión, revisión de regulaciones ambientales que considera excesivas, congelamiento o repliegue de ciertas reformas laborales y una defensa explícita de la capitalización individual en pensiones. A su juicio, el país requiere “liberar las fuerzas del crecimiento” para salir del estancamiento y poder financiar la seguridad y los programas sociales.

Aquí se dio uno de los choques discursivos más marcados: mientras Jara habló de “derecho a una vejez digna” y “Estado presente”, Kast apeló a la responsabilidad individual, a la libertad de elección y a la necesidad de “premiar al que se esfuerza”. La tensión entre un enfoque más socialdemócrata y uno liberal-conservador se hizo evidente, ofreciendo a los electores dos rutas claramente diferenciadas.


Estilos, lenguaje corporal y el veredicto de los paneles

Más allá de las cifras, el debate fue también un choque de estilos. Kast se mostró combativo, interrumpió en varias oportunidades y buscó encasillar a su rival en la etiqueta de “continuista” de un gobierno impopular. Ese ímpetu, sin embargo, por momentos se confundió con nerviosismo, especialmente después del error estadístico en seguridad, que lo obligó a matizar sus argumentos y lo dejó a la defensiva en varios pasajes.

Jara, por su parte, optó por un registro más contenido. Se aferró a papeles, cifras y referencias a proyectos de ley, intentando transmitir dominio técnico y seriedad. En algunos tramos, esa misma sobriedad se tradujo en falta de punch comunicacional, pero le permitió capitalizar el desliz de su adversario y reforzar un atributo que su comando ha intentado instalar: credibilidad.

Los paneles de análisis posteriores —desde programas de la franja más convencional hasta espacios de conversación política en radio, televisión y plataformas digitales— coincidieron en que no hubo un “nocaut” claro. Sin embargo, muchos destacaron que la noche quedó narrativamente marcada por el dato falso de los “1,2 millones” y por el framing que Jara consiguió construir en torno a la idea de rigor versus improvisación.


¿Movilizar indecisos o consolidar a los propios?

La gran pregunta, a menos de una semana de la segunda vuelta, es cuánto puede mover la aguja un debate como este. La evidencia comparada muestra que, salvo episodios muy disruptivos, los últimos cara a cara suelen reforzar convicciones más que cambiarlas. En ese sentido, el encuentro de Anatel pareció hablarle sobre todo a las audiencias propias de cada candidatura.

Kast ofreció a su electorado una versión concentrada de su propuesta: orden, fronteras controladas, menor tamaño del Estado, reivindicación de la autoridad y crítica frontal al gobierno de Boric. Para quienes ya lo apoyan, la performance probablemente reforzó la sensación de estar ante el único candidato dispuesto a un “cambio radical”.

Jara, en tanto, dedicó buena parte de sus intervenciones a despegarse de la idea de inmovilismo gubernamental: insistió en los avances en materia social, reconoció errores del Ejecutivo, pero puso el foco en la necesidad de “corregir sin destruir”. Su apuesta fue convocar a un electorado que valora la estabilidad institucional, que teme tanto al desorden como a las soluciones de fuerza.

En un escenario de diferencias estrechas, el impacto del debate quizá no se mida en grandes trasvasijes de votos, sino en la capacidad de cada comando para usar los momentos de la noche —el tropiezo estadístico, los cruces sobre migración, las propuestas previsionales— como insumos para la recta final de campaña: franjas, redes, puerta a puerta y apelaciones directas a quienes aún dudan si ir a votar o por quién hacerlo.


Un espejo del clima político chileno

Más que un episodio aislado, el último debate Anatel funcionó como espejo del Chile de 2025: un país que convive con miedo al delito y a la migración descontrolada, pero también cansado de la polarización permanente; que exige soluciones rápidas, sin estar dispuesto a pagar todos los costos de una política de tierra arrasada.

Entre la promesa de orden de Kast y la apuesta por un Estado más protector de Jara, se juega algo más que una administración de cuatro años. Se define, en buena medida, qué lectura se impone sobre el ciclo abierto tras el estallido social, la pandemia y el turbulento proceso constitucional.

El debate no zanjó ese dilema. Sí dejó claro, en cambio, que la segunda vuelta del 14 de diciembre no será solo una disputa de programas, sino de relatos sobre el miedo, la esperanza y el futuro posible de Chile.


📍 Redacción Pulso Comunal – Política Nacional
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